Pintando las trincheras.

"Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra". José Martí

viernes, 22 de noviembre de 2013

Me olvidé algo en Julián Alvarez

Hace tres meses me mudé a un barrio donde, los primeros días, sentí que había dejado olvidado algo en mi casa anterior. No sabía que era, pero revolvía los paquetes y los bolsos. No sabía que buscaba pero tenía la certeza que algo había dejado en el departamento de Julián Alvarez y Gascón.
Era imposible, porque había recorrido el lugar minuciosamente al entregarlo al propietario.
De todas maneras, pasaban los días y la certeza era cada vez más grande. Algo había quedado en Palermo.
Como ocurre en estos casos cuando dejé de buscar descubrí lo que faltaba.
Una mañana, una fresca y agradable mañana de septiembre, al despertarme y disfrutando un rato más del mediosueño que antecede al momento de levantarse, no escuché lo que escuchaba en mi casa anterior.
Mis oídos  se habían acostumbrado a los bocinazos, rugidos de los motores de tres líneas de colectivos, y las puteadas de los autmovilistas que giraban sin sentido en la extraña rotonda que el gobierno de la ciudad había construido bajo mi ventana. Ahora todos esos ruidos estaban ausentes.
En esa mañanita de septiembre, un fresco silencio se matizaba con el canto de algún pájaro y el lejano ladrido de un perro que seguramente reclamaba su desayuno.
Me inquieté cuando noté que mis oídos extrañaban aquel barullo y pensé que tendría que reeducarlos para que gustaran de ese silencio que muchas veces se hace insoportable para el que no está acostumbrado a convivir con él.
Y pensé en el porteño medio, que ya ha naturalizado  vivir en el caos de una ciudad turbulenta, histèrica, ruidosa y agresiva. Encima cuando quiere huir de ella por un rato termina embotellado en una ruta que va a la costa o al Tigre.
Por suerte, mis oídos ya están comenzando a disfrutar los atardeceres en el balcón de mi nueva casa. Es que si uno aprende a escuchar, el silencio no es ausencia de ruido, sino música quieta, melodía inmóvil, disfrute sonoro. Y el sonido del silencio es una de las mejores caricias que le podemos dar al alma. 

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