Pintando las trincheras.

"Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra". José Martí

miércoles, 30 de marzo de 2011

En las escuelas usamos un solo cerebro

En las escuelas hay mucho ruido. En la comunicación. En los pasillos. En las aulas. En las oficinas. Hay mucha palabra hablada, superpuesta, cansadora. ¿Y saben por qué? Porque de los tres cerebros que tenemos usamos uno. Aquí se los cuenta mejor Andrés Percivale



Tenemos tres cerebros, que en el desarrollo evolutivo, fueron construyéndose uno encima del otro.



El más antiguo – pues tiene doscientos ochenta millones de años- es el cerebro reptil, no entiende lenguajes, no conoce idiomas, no capta conceptos. Lo único que lo comunica con el propio cuerpo, con el resto del cerebro y con el Universo es el ritmo. La respiración ritmada llega a calmar este cerebro.



Hace ciento cincuenta millones de años apareció, encima del anterior, el cerebro medio o emocional: no registra palabras, pero en cambio registra estados de ánimo, capta el llanto y el sollozo, la risa y la carcajada, los ronroneos del éxtasis, el susurro de la canción de cuna. Este cerebro puede ser estimulado cantando con la boca cerrada cualquier canción. Es un ejercicio excelente.



Hace ochenta millones de años apareció finalmente la corteza cerebral, donde se encuentra la capacidad del aprendizaje, del habla y de la lectura. Allí también reside el pensamiento analítico, el orden secuencial y la percepción del tiempo. Es el cerebro pensante y tiene dos hemisferios, como ya sabemos.



“El progreso” nos impulsa a resolver todos nuestros problemas e incógnitas empleando el cerebro más nuevo en detrimento de los otros. Cuando éste se acalla, es posible conectarnos con todas las posibilidades que traemos al nacer, la riqueza inconmensurable de los tres cerebros. Esta capacidad de unir los tres cerebros y todos los centros energéticos del cuerpo se conoce con el nombre de “amor”( “a” no y “mors” separar.)



Desandar el camino evolutivo significa acallar el cerebro pensante y descender hasta algún nivel preverbal. En este silencio, nos conectamos con lo inefable. En este silencio emocional trabajamos y permitimos que surja “la palabra” que necesitamos y que el barullo de “tantas palabras” no nos permitía percibir.



La mente, al tornarse insensible a las impresiones externas, se unifica con el sonido interno. Este sonido interno en sánscrito se denomina “nada”. Para oírlo hay que escuchar en medio del silencio y esperar sin pensar. Entonces…se oye la propia voz.”





Andrés Percivale del libro “Quien es feliz tiene razón.

No hay comentarios:

Publicar un comentario