Pintando las trincheras.

"Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra". José Martí

jueves, 26 de abril de 2012

Trincheras va a la feria del libro

Aunque esté lleno de gente, aunque nos fastidian las multitudes que se andan chocando porque no saben hacia donde van, aunque la feria siempre se pareció a la Torre de Babel ....AHÍ ESTAREMOS el sábado 28 a las 17 hs en el stand de SM Barco de Vapor , pabellón amarillo, calle 16 junto al CAPITAN MEDIAVISTA y quien lo escribió, Juan Pedro Mc Loughlin. Los espero. Entren-empujen-estrujen-y-pasen.

sábado, 14 de abril de 2012

Derrumbando Mitos: "Los maestros trabajan cuatro horas"

Sarmiento pensó la tarea docente para que fuera desempeñada por mujeres. Por eso trajo las primeras maestras de Estados Unidos.
Esta concepción nacía del pensamiento que la mujer podía dedicarle media jornada a trabajar en una tarea que era vista como maternal (“la segunda madre”) y el resto del tiempo lo tenía para su casa, para sus hijos y para su esposo que traía el salario “fuerte”.

Mi vieja me decía que en su pueblo a principios del siglo pasado si una mujer quería trabajar estaba habilitada para hacerlo en el negocio de su marido, siendo enfermera o maestra. Mi vieja quería ser actriz y el cura casi la excomulga en una misa dominical. Pero esto último es otro tema. Quiero decir que hubo un tiempo en que ser maestra era un incipiente intento de independencia laboral para la mujer. Se le permitía trabajar, pero cuatro horas.

Era un tiempo donde los chicos estaban quietitos en sus bancos, casi no hablaban y se podía corregir en clase, hacer el registro sin tachaduras ni enmiendas y no había que planificar nada porque todo venía desde arriba con libros y métodos que duraban décadas.

Pero el tiempo fue pasando y la cosa cambió. Aparecieron los maestros varones (pocos pero aparecieron). El sueldo del hombre dejó en muchos casos de ser “el principal”. La mujer empezó a tomar jornadas completas, o dos simples. Los métodos de enseñanza se perfeccionaban año tras año y la oferta de textos escolares aumentó. Los bancos empezaron a ponerse en círculo y los chicos a salir de ellos, moverse dentro de la clase y hablar hasta por los codos.

Pero lo que no cambió es el mito popular: “los maestros trabajan cuatro horas” que alimentó recientemente la Presidenta y el Ministro Bullrich.

Primera sorpresa: El docente de un turno llega a trabajar cuatro horas cincuenta FRENTE A LOS ALUMNOS
Una o dos veces por semana hay que entrar veinte minutos antes para cuidar a los chicos que llegan temprano porque sus padres deben irse a trabajar. Y el horario de salida es quince minutos después que terminan las famosas cuatro horas. Y en general, si uno tiene un grado del primer ciclo debe quedarse esperando a un padre o madre que se retrasó.
Esto redondea cuatro horas cincuenta.
El docente se va al otro turno, comiendo en el colectivo o dejando el almuerzo para la hora de la cena porque debe llegar a la otra escuela que ojalá este cerca porque tiene que estar diez minutos antes de la entrada (si ese día no le tocan los veinte minutos) Y el horario de la mañana se repite con la diferencia que a la tarde algunos padres suelen tardar más en buscar a los chicos y los docentes suelen estar esperando hasta pasadas las cinco y media. Pero dejémoslo en cuatro horas cuarenta.

Segunda sorpresa: El docente de dos turnos llega a trabajar diez horas y media FRENTE A LOS ALUMNOS.

Y todo el trabajo de preparación de clases, planificación, corrección y perfeccionamiento docente lo tiene que hacer fuera del horario de trabajo frente a los alumnos.
Y el del perfeccionamiento docente no es un tema menor. Porque la realidad se modifica día a día, los medios tecnológicos avanzan a la velocidad de la luz y la problemática cambiante de la familia actual exige un docente permanentemente actualizado. Y lo sabe bien Bullrich porque en cada empresa que estuvo (todas privadas, ninguna ligada a la educación) todos los cursos de actualización a su Licenciatura en Sistemas los hizo dentro del horario laboral. Claro, no tenía que atender alumnos, porque nunca trabajó como docente.
Estábamos en diez horas y media por día. ¿Cuánto le podemos agregar de todo el trabajo docente sin estar al frente de los alumnos? ¿Dos horas y media más para hacerle precio? Bien sumemos:

Tercera sorpresa: Un maestro trabaja por día alrededor de trece horas. (No le facturamos lo que hace en el fin de semana porque si no, no le va a alcanzar el presupuesto para hacer la segunda escuela que está construyendo desde que empezó su gestión)

Entonces, que alguien le avise a Cristina, a Esteban y a toda la sociedad que el mito “Un maestro trabaja cuatro horas” ha sido derrumbado.
Ahora ha sido reemplazado por “un maestro trabaja por día alrededor de TRECE HORAS”. Sí, por supuesto, aquí están excluidos los que quedan trabajando un solo turno y los que trabajando dos son unos “guitarreros/as” que entran a clase sin preparar nada y hacen cursos truchos para obtener puntaje. En todo trabajo hay ñoquis. Los ministros/as lo saben muy bien. Sobre todo la Ministra de ¿Bienestar Social? ,Carolina Stanley, que se quedó paseando por Punta del Este mientras en la Villa 31 el temporal destrozaba casas y perdía la vida un chico de trece años aplastado por un árbol.

Post artículo: Se darán cuenta que no nombré a MM. Es que no existe, siempre está de vacaciones (¿volvió de San Martín de los Andes?) y nunca gobernó, solo firmó vetos que dañan el tejido social de los habitantes más humildes de la ciudad.

sábado, 7 de abril de 2012

Rodrigo

Rodrigo estaba festejando el primer cumpleaños de su vida.
A los siete años.
Los globos de colores bajaban de ese cielo celeste manchado con nubes blancas y las manos de Rodrigo y sus compañeros los devolvían otra vez hacia arriba para que flotaran cerca de la bandera celeste cruzada con una franja blanca.
Antes habían compartido una torta y unas gaseosas en una sala llena de bancos y sillas del tamaño de Rodrigo y sus compañeros.
Porque Rodrigo estaba festejando el primer cumpleaños de su vida.
A los siete años.
Y el festejo era en el aula y en el patio de su escuela.
Y la sonrisa blanca de Rodrigo, recortada en su cara bien morena, brillaba más que la luz de la tarde, más que las siete velitas y sólo empataban con los destellos de dos ojos maravillados por tamaña alegría.
Porque Rodrigo estaba festejando el primer cumpleaños de su vida. Porque en los seis años anteriores no había lugar en la pieza del edificio en construcción abandonado donde vivía para invitar a ningún compañero. Y ya sabemos, no hay cumpleaños verdadero cuando uno es chico si no puede jugar con otros de parecido tamaño y edad. Y en los seis años anteriores tampoco había plata que alcanzara para torta y para velitas y para gaseosas y para papas fritas y para globos. Pero la señorita se la arregló para que cada uno trajera algo ese día. Y a la mamá de Rodrigo, que vende café en la estación, sí le alcanzó para hacer en la casa de la vecina una torta a escondidas. No sea que se enterara su hijo.
Y cuando la señorita que hacía al mismo tiempo de maestra y de animadora del cumpleaños pidió que cada uno dijera un deseo para Rodrigo, al llegar el turno de la mamá, ésta habló bajito y emocionada: Hijo, te dije que alguna vez te iba a poder festejar un cumpleaños.
A los siete años. El primero. En su escuela. Y de guardapolvo blanco. Y con siete velitas celestes.
Y después vino el juego de los globos, y la formación de toda la escuela, y el arrío de la bandera y el cumpleaños feliz cantado por todos los chicos y maestros, de primero a séptimo.
Y fue ahí cuando sentí una explosión. Pensé que era un globo. Pero no, era Rodrigo que reventó dentro de su guardapolvo blanco y se elevó por sobre todas las cabezas, por sobre el mástil sin bandera y se perdió en el cielo que ahora tenía pinceladas anaranjadas.
Es que no ocurre seguido eso de festejar siete cumpleaños, todos juntos, en el mismo día.

Nota del escritor: Disculpen, en el último párrafo me dejé llevar por la alocada imaginación de un contador de historias. Por supuesto que Rodrigo no se elevó sobre la cabeza de nadie sino que se fue de la mano de su mamá rebosante de felicidad.
Y yo, simple espectador de los acontecimientos narrados, pensaba en que la escuela produce estos hechos revolucionarios en el más natural de los anonimatos. Y también pensaba que seguramente Mauricio Macri, quien quiere dejar sin merienda, sin aula y sin escuela a chicos como Rodrigo, jamás habrá tenido un cumpleaños feliz. Porque para eso hay que sentirse querido.

Ustedes me perdonarán pero me quedo con el final que escribí primero. No me digan que no es un buen remate.