Pintando las trincheras.

"Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra". José Martí

sábado, 12 de mayo de 2012

Tengo una verdad que contar. Una verdad que permaneció oculta demasiado tiempo. Necesito llegar hasta el último rincón de la tierra para derrumbar una calumnia que ha manchado el nombre de un honorable ancestro.

Soy un poderoso exportador de lana, entre otros emprendimientos. Y en gran parte se lo debo a ese hombre que debió soportar en vida las infamias de quienes cambiaron los verdaderos datos de una historia que se propaló hasta los confines del planeta. Y como esa calumnia, esta verdad deberá llegar a cada lugar donde se mancilló su buen nombre.

El pariente del que hablo vivió en el siglo VI antes de Cristo y le ordenó a sus hijos que nunca revelaran la verdad, y así, generación tras generación, se trasmitía la historia pero debía cumplirse el mandato familiar de mantenerla en secreto. Cuando mi padre me relató el suceso me negué a realizar el juramento. Antes bien, me prometí que al llegar a una edad avanzada revelaría el engaño a que ha sido sometida la humanidad por tanto tiempo. Y hoy, envejecido, y habiendo dejado mi multinacional algodonera en manos de mis descendientes me dispongo a cumplir mi palabra, con mi último aliento.

Hubo una vez un niño que cuidaba ovejas en un pueblo escondido en un remoto lugar. Los pobladores seguían con sus tareas diarias mientras el niño pastaba los animales en la más completa soledad. La historia falsaria lleva el nombre mundialmente conocido: “ el pastorcito mentiroso” y fue difundida por un embustero al que llamaban Esopo.

 Ese relato falso que seguramente han escuchado y repetido dice que aburrido el niño de cuidar ovejas empezó a gritar: ¡El lobo, el lobo!¡Ahí viene el lobo! Alarmados los pobladores se armaron de palos y picos y fueron hasta el lugar de donde provenían los gritos para defender al niño y a las ovejas. Pero se encontraron con el muchacho riéndose de ellos por haber caído en la broma que les gastaba.
Hubo una segunda vez en que se repitió la escena con idéntico resultado.
A la tercera, cuenta la apócrifa historia, cansados los pobladores de ser burlados por el insolente no acudieron a la llamada. Y recién cuando vieron que no regresaba al anochecer fueron al lugar y se encontraron con el espantoso espectáculo de vellones de lana arrancados a dentelladas y del niño nada, o sea, se lo había devorado el lobo, el cual ya se había retirado con la panza llena. De allí coronaron la falsa historia con aquel apotegma aleccionador: “En boca del mentiroso lo cierto se hace dudoso”.

Pues amigos, todo falso. Los hechos ocurrieron como yo voy a relatarlos, que así fueron memorizados palabra por palabra, y trasmitidos por todos los padres de mi familia a sus hijos durante casi veintisiete siglos.

 Mi ancestro había quedado huérfano y al no tener parientes en el pueblo lo habían dejado dormir en el cobertizo de las vacas y le imponían las más duras obligaciones. Quien crea que cuidar ovejas es tirarse a retozar sobre el pasto está totalmente equivocado. Hay que aguantarse los soles más ardientes en las siestas de verano , las lluvias más inclementes en primavera y las heladas más crudas en invierno. Y ni contar el trabajo que da ir a buscar una oveja que se le ha ocurrido irse a dar un paseo sin aviso.
Pues la verdad sea dicha, de sol a sol, ese niño del que soy parte de su sangre, cuidaba con cariño a estos animales y recibía a cambio un plato de sobras al regreso y un pan duro y agua al desayuno.
Hasta que apareció el lobo. Esta es la única parte de la historia en que la verdad hace presencia.
Hubo un lobo, pero jamás hubo una mentira.

Desesperado, el pequeño huérfano convertido en pastor empezó a los gritos: ¡El lobo, el lobo! ¡Ahí viene el lobo! Pero ningún poblador compareció en su defensa. El lobo se acercó relamiéndose y dispuesto estaba a hacerse el banquete que proclama la calumnia cuando vio en la mirada de aquel niño, no miedo, sino abandono,resignación, tristeza.
 El animal se quedó quieto en el medio de la tarde, entre el cielo y la tierra y en el medio del rebaño que seguía pastando sin haberse percatado de tan peligrosa amenaza. El muchacho, que ya se había entregado a su destino, vio como el lobo volvía sobre sus patas y se perdía silenciosamente en la espesura.
 Cuando regresó al poblado les reclamó tímidamente a los adultos la falta de asistencia. Todos se rieron en su cara diciendo que nunca había andado un lobo por esa región y si así fuera, con esa voz de pito que tenía el niño solo bastaba para que el lobo huyese muerto de risa.
Al otro día se repitió la misma escena. Se presentó el lobo. Gritó el muchacho, ahora sin convicción alguna. Se relamió el lobo. Nadie vino desde la aldea. Siguieron pastando las ovejas. Se paralizó el lobo y se retiró sobre dos de las cuatro patas.
El pastorcito al regresar no dijo nada. Todos seguían con sus vidas. Y ahí sintió como un yunque le caía sobre el pecho. Vio lo que nunca había podido o querido aceptar. Más que despreciarlo, en la aldea lo ignoraban.
 Al tercer día, aquel niño esperó al lobo subido en una piedra. Cuando este llegó le dijo con una voz firme que nunca había tenido:
-Deja por favor vivir a las ovejas. Y devórame a mí. No quiero volver a esa aldea. No valgo nada para ellos. No demores más. Relámete y almuérzame.
El lobo sintió como crujía su estómago pero también sintió como su corazón latía con más frecuencia.
-Te equivocas muchacho, son ellos los que no valen nada para ti- tan desolado estaba el niño que no se asombró al escuchar palabras que surgían del hocico del animal - ¡Despierta muchacho! Es hora que te valgas por tu cuenta. Vamos, abandona esta aldea. Llevemos las ovejas del otro lado de la colina. No lo dudes más. Emprendamos el camino. Dejemos unos vellones en el pasto para que crean que los he devorado a todos.

Cuando al anochecer los aldeanos, preocupados por las ovejas y olvidados del niño llegaron al lugar encontraron la escena antes narrada. Y por primera vez sintieron culpa. Y como la culpa generalmente es tapada con la mentira idearon entre todos el relato infame que hace quedar al joven pastor como un mentiroso. Recuerden que en aquellos tiempos faltar a la verdad era deshonra. Y la historia deformada, adornada con las floridas palabras de ese tal Esopo, recorrió como un reguero de pólvora por todo el mundo e hizo estallar por el aire el buen nombre de mi ancestro, quien, con su exagerada bondad, nunca quiso hacer quedar mal a los habitantes de esa aldea, donde aún habiendo vivido penurias era la aldea de sus padres.

Hasta aquí llega mi misión de dar a conocer al mundo la reveladora verdad: el pastorcito no fue ningún mentiroso. Y aquí podría silenciar mi relato. Pero sé que la curiosidad de quienes están leyendo esta confesión querrá saber cómo fue que mi familia llegó a hacer fortuna a partir de aquella condición tan miserable.

El lobo llevó a aquel pastorcito a una comarca lejana, donde crecían pastizales tiernos y húmedos. Allí se instalaron e hicieron la primera esquila. Las ovejas se reprodujeron y su lana fue la mejor de ese Reino y todos los campesinos la pretendían. Enterado el Rey los llevó a sus mejores campos para que produjeran la lana con que harían los abrigos para Su Majestad y su Corte. Luego, extendida la fama, para las cortes de reinados vecinos.
Pasó la monarquía, llegó la república y ya estaban otras generaciones al frente de la fábrica de lana. Las sucursales se abrieron hacia los cuatro puntos cardinales. Fue mi abuelo y luego mi padre los que diversificaron la empresa en tiendas de hilados y fábricas de pullóveres y prendas de lana. Cuando yo llegué a la gerencia del holding mi único trabajo fue el de mantener bien alto el prestigio del emprendimiento que empezó con tanta humildad el pastorcito difamado.

Por último, seguramente les queda la duda de por qué el lobo no obedeció a sus instintos aquella tarde del siglo VI antes de Cristo. Al ver la decisión suicida de ese niño, vio reflejada parte de su propia historia.
Unos años años atràs, había sido apaleado y alejado de la comarca donde había nacido, por un grupo de aldeanos que lo acusaban de haberse devorado a una anciana maravillosa, a quien el lobo visitaba a menudo porque lo alimentaba y lo trataba con cariño.
Pero había sido la misma nieta, una niña de caperuza roja, quien cansada de tener que cruzarse el bosque para cumplir los recados que su madre le obligaba llevar a la casa de su abuela, la asesinó finalmente y arrojó su cuerpo al río , no sin antes sujetarle en los pies grandes y pesadas piedras. Al volver al pueblo la niña, fingiendo llorar amargamente, acusó al lobo de haber devorado a su abuela. Total, que el lobo cargara con la muerta, que para eso era lobo y para eso era malvado.
Por desgracia esta parte de la historia se filtró en el siglo XVII y otro embaucador profesional apellidado Perrault, la contó a su manera, buscando la fácil moraleja.

He cumplido con la decisión que tomé siendo muy niño, lavar el nombre de mi ancestro, quien no fue ningún pastorcito mentiroso. Hagan correr esta verdad por tanto tiempo postergada. Que el mundo se entere. Estoy cansado y aliviado. Cliquearé enviar y apagaré la computadora. Y echaré mi último sueño recostándome en mi confortable colchón de lana.

No hay comentarios:

Publicar un comentario