Primero la tiza, después la fibra indeleble y ahora la pantalla digital.
Pero siempre la misma relación :alumna/o - maestra/o.
Yo usé muchas veces otro intermediario para hacer crecer esa relación: el títere.
El muñeco escribía en un espacio que no era plano ni cibernético.
Se movía en el extremo de mi mano y se nutría de las risas y las sonrisas de los chicos.
El títere acortaba la distancia entre la piba, el pibe y yo. Nos fundía en una misma edad sin tiempo.
Ninguno de los dos perdía su rol. Pero se creaba una comunión de juego y aprehendizaje.
Hubo un año que un títere llamado Galera enseñó en mi aula la regla del tres. Cantaba imitando a María Elena Walsh :" Vamos a ver como es... la directa regla del tres".
Muchas cosas cambiaron y se actualizaron en estos casi cuarenta años que tengo de guardapolvo blanco.
Pero el títere siguió siendo títere. Y la misma relación de aquellos pibes del setenta la tengo con los de este siglo XXI cuando el títere se comunica con ellos. Es que la ternura, la belleza, la maravilla y la simpleza puede estar contenida en una voz distorsionada que parece que sale de una boca formada tan solo por una media con dos ojos asombrados contruidos con pelotitas de tergopol y botones.
Ahora escribo esto en mi casa mientras me miran una tortuga y un burro que me están pidiendo en silencio que les de vida con mi mano y con mi voz.
Ser titirimaestro fue una de las cosas que más me gustó hacer en el ejercicio de mi profesión docente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario