El primer día de
enero es el único día del año en que se puede escuchar el silencio en la Ciudad
de Buenos Aires. (Antes también se podía el veinticinco de diciembre pero ya
no).
Este hecho se
produce entre las siete y las trece. Con epicentro en las diez de la mañana.
Es silencio de
verdad y no solo falta de ruido.
Tiene la
densidad, la espesura y los sonidos que tiene que tener el silencio.
Entre los primeros
sonidos del silencio está el canto de los pájaros. Y escucharlos en la ciudad da un goce extra. Y
en una mañana como la de hoy, el roce de
las hojas contra el suave movimiento del
viento.
Hoy la Ciudad de
Buenos Aires nos ha regalado uno de los mejores primeros de enero de su
historia. Mañana soleada, fresca y adorablemente silenciosa.
El fenómeno no
solo se produce porque la mitad de los habitantes de la ciudad están fuera de
ella.
Ni tampoco porque
el ochenta por ciento restante está durmiendo.
Sino porque los que estamos despiertos somos atrapados, desde
el momento que abrimos los ojos, por la envolvente seducción del silencio. Te
invita a la máxima economía del
movimiento. El imprescindible para preparar un mate, arrimar una silla al
balcón y desde allí, escucharlo.
A veces lo más
difícil es escuchar en silencio al silencio.
Porque puede
haber silencio afuera pero si vos no llevás puesto el tuyo, te lo perdés.
Y no está bueno
perderse el silencio de la ciudad de Buenos Aires el primero de enero, en algún momento, entre las
siete y pasado el medio día.
Porque disfrutar
el silencio frente al mar, la montaña o el campo se puede hacer cualquier día del año.
¿Pero en la
Ciudad de Buenos Aires? ¿La más grande productora de ruido del país? Solamente el primero de
enero entre las siete de la mañana y la una de la tarde.
Son las doce, me
queda una hora de disfrute del silencio que me ofrece la ciudad. Callo esta voz interior y el agradable
golpeteo en las teclas de la computadora. Y me pongo en silencio para escuchar
más silencio. Buena Vida.
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