Pintando las trincheras.

"Trincheras de ideas valen más que trincheras de piedra". José Martí

viernes, 24 de agosto de 2012

Memorias de un maestro que se va: La puerta de salida

Ya puedo ver, allá en el fondo, la puerta de salida.
Dentro de pocos días firmaré lo que se llama la renuncia condicionada, y quedaré en una especie de limbo esperando los plazos legales para festejar mi jubileo.
Hace cuarenta años estaba dando mis primeras clases como residente.
No voy a decir que fue ayer, porque no fue ayer, pero sí fue anteayer.

Lo que me decidió a ser maestro fue reconocerme en ese estadio de la vida que es la infancia.
Ese pedazo de cemento fresco donde cualquier cosa que se apoye en él va a dejar su marca para siempre.
Ese tiempo, que como todas las etapas, aunque digamos que "tenemos un corazón de niño", termina y no vuelve más. Pero lo que se marcó nos acompañará en el resto de las etapas. La infancia es ese lapso de tiempo en que más por una cuestión de tamaño que por otra cosa tenemos que levantar la cabeza y mirar para arriba.

Y encontré en este trabajo de estar con los pibes con la excusa de darles clase, una tarea de rescate.
El rescate de lo que como seres humanos tenemos de esencial. En la infancia está en estado puro la maldad y la bondad que nos habita. Están los aromas que vamos a reconocer en otros pasajes de la vida. Están los sabores que volverán a nuestras papilas gustativas en algún recodo del camino. En la infancia quedarán selladas a fuego los buenostratos o los maltratos recibidos. Llevaremos de por vida estrofas de canciones o dichos de abuelas o tíos y tías, maestros, maestras, o programas de televisión. Y las repetiremos en algún momento repentinamente como si hubieran surgido de la nada.

No quise ser maestro para quedarme en mi infancia porque eso es imposible. No, quise estar presente en la infancia de esos chicos con los que compartimos tantas aulas y tantos patios. Quise influir ahí, ser parte de ese momento irrepetible, compartir sus asombrosos ojos mirando hacia el futuro, tomar muy en serio su forma de ver la vida a los ocho, diez, doce años.

La puerta de salida que me espera después de que los papeles trajinen los despachos correspondientes y vuelvan con sellos y firmas que digan que mi tiempo de maestro se ha cumplido, es solo la puerta del sistema.

Se que seguiré ligado a la infancia de muchísimos pibes porque cuanto más años me separan de ellos más siento que los entiendo, más siento que puedo decodificar sus intereses, sus miedos, sus alegrías, sus ganas de ser escuchados, entendidos, valorados.  Su necesidad imperiosa de que le pongan límites para que el cemento fresco no se desparrame por toda la calle.

Por suerte me jubilo del sistema. Por suerte seguiré estando en la vida de los chicos.






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