Si no hacemos la revolución de las preguntas nos van a
tapar con las respuestas.
Todos tenemos respuestas.
Pero los únicos que tienen preguntas son los chicos y los
locos. Y fastidian.
Ayer el peluquero me dijo mientras me rebajaba la patilla: “A la piba la
mató el padrastro”. Y al rato, mientras su vista iba y venía desde mi nuca al
televisor agregó: “El freno no andaba, ponele la firma”. Tenía todas las
respuestas. Y Contundencia.
En la sala de espera de cualquier lugar, en el taxi, en
la puerta de la escuela, en una fiesta familiar, en la reunión de consorcio de
la entrada del edificio, todos tenemos la respuesta, la justa. Y si alguien se
anima a una pregunta le respondemos antes que ponga el signo de interrogación.
Y como todos estamos firmemente agarrados a nuestra respuesta se arman las
discusiones y las peleas. Porque mi respuesta es la verdadera, no hay otra.
La televisión es
la gran constructora de respuestas. Programas llenos de panelistas que afirman,
aseguran y confirman categóricamente aseveraciones de interrogantes que nunca
se han formulado. Pero la actitud y la firmeza de su voz no dejan margen de
duda. Es así.
“Nadie se encierra en una depresión por exceso de preguntas, sino por exceso de respuestas.” (Hernán Casciari) Las preguntas abren posibilidades, te permiten dudar, averiguar, dan más de una opción. El aluvión de respuestas te encierra, te abruma, te limita, te cierra nuevos caminos, te oprime el pecho, no hay nada más que buscar, se acabó.
“Toda la cultura avanza por los interrogantes, cuando se llega a una respuesta se abren mil nuevas preguntas.” (Eduaro Aberbuj) Volvamos a la edad de los por qué. Hagamos el preguntazo.
:)
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